El suicidio. Ese espejismo que se cuenta en forma de trenes, cuchillos y alturas quilométricas. Nunca pensé que lo vería tan de cerca, cuando mi padre me contaba aquella anécdota del vecino que se encontraron colgado en el patio de su casa. En un pueblo pequeño estas cosas conmocionan y endurecen los estómagos.
Ayer por la tarde, de vuelta a casa vi al chico que pensé que había muerto. Lo vi por última vez en el centro de nuestra calle en un horrible charco de sangre. A veces al cerrar el balcón de casa me parecía que todavía estaba allí.
Pero no le salió bien. Su madre lo paseaba en una silla de ruedas y tenía una sonrisa impuesta en los labios. Muchas marcas en la cara y los ojos perdidos en el asfalto.
¡Ese asfalto!
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