Hoy me he acordado de una cosa de mi infancia. Cuando ibamos a comprar con mi abuela a la tienda más famosa y enredada de mi pueblo, no dejaba de mirar aquella mini casita que tenía un muñeca dentro.
Me desesperaba pensar que jamás iba a ser mía, porque mi abuela no era de esas que compraban lo primero que le pedías. Cuando volvíamos a la tienda, como si hubiera esperado por mi, la casita seguía allí colgada, impasible a mis temores.
Un dia, mi abuela me la compró. La cogío: la examinó detenidamente y me dijo: "Au té, ja la tens, pesada! I no t'hi acostumis!". La miré como si de una maravilla se tratara y la apreté contra mi. En casa, más que jugar, la guardé como una reliquia.
Cuando vuelva a Lleida, revolveré de nuevo todas las cajas silenciosas que esperan bajo el polvo.
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